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La Patria Hispana, y su involución histórica

Teatro Crítico ⋅ TC060 ⋅ Julio Carlos González y José Ramón Bravo. Hace doscientos años, en las primeras décadas del siglo XIX, la Monarquía hispánica se desintegró, dando lugar a una veintena de Estados en el continente americano y a la propia España actual, que es también producto de aquella fragmentación. Las interpretaciones sobre este complejo proceso histórico son muy encontradas y han variado mucho las causas que se han intentado buscar para explicarlo, por parte de historiadores y otros científicos sociales. Nosotros lo vamos a ver desde una perspectiva político-económica pero también histórica. Para ello contamos en esta emisión de Teatro Crítico con el profesor D. Julio C. González, abogado, escritor y economista.
 

La Patria Hispana, y su involución histórica

TC060 ⋅ 26 de agosto de 2020

Julio Carlos González y José Ramón Bravo en Teatro Crítico

Presentación de la cuestión

La cuestión de la América española o lo que fueron los reinos de Indias (la parte ultramarina de la Monarquía española) incluso en la historiografía española ocupa a veces una posición residual. Por ejemplo, Gonzalo Anes, uno de los más importantes historiadores españoles especializado en el siglo XVIII, en su obra dedicada al Antiguo Régimen y los Borbones (que es parte de una la colección de Historia de España de Alfaguara) apenas dedica un 2% de todo el libro a Hispanoamérica (menos de 10 páginas de un total de más de 500), a pesar de que la América española, muchas veces mayor que España, representaba más de la mitad de la población de la Monarquía hispánica y era por lo que ésta ocupaba una posición de gran potencia en el mundo junto a Francia y Gran Bretaña. Muchos historiadores, tanto españoles como americanos, se han centrado sobre todo en sus respectivos Estados actuales, retrotrayendo doscientos años atrás el Estado-nación actual en el caso americano, la república liberal, que surge y se fragua entre el siglo XIX y el XX, tratando de explicar la historia desde esos parámetros, lo cual no nos permite entender muy bien la compleja realidad social, moral, jurídico-político e institucional de aquella época.

Juan Garcés, ex asesor del gobierno de Salvador Allende en Chile, en su libro Soberanos e intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles (Siglo XXI, Tres Cantos-Madrid, 4ª edición, 2012), prologado por Mario Benedetti, describe así la situación en la que se han encontrado todos los países hispanos, incluida la propia España peninsular, después de esta gran desintegración:

«El derrumbamiento del Estado español en 1808 tras ser intervenido por Francia –su aliado en una Coalición contra Inglaterra– abrió en la Península Ibérica y en la entonces llamada América española un ciclo largo de insurrecciones y guerras civiles. Sus efectos reverberan a lo largo del siglo XIX, y más allá. A diferencia de Brasil, en la América española el estallido de los cuatro virreinatos ha ocupado a varias generaciones en tratar de construir una pléyade de Estados.  Con incierto éxito, en un contexto internacional donde cuatro Potencias –Gran Bretaña, EE UU, Francia y Alemania– han rivalizado en someter a su hegemonía a cada uno de los pueblos hispánicos» (pág. 24).

El diplomático español Fernando Olivié, en su ensayo La herencia de un imperio roto. Dos siglos en la historia de España (Marcial Pons, Madrid, 2016), dice lo siguiente:

«A su muerte en 1788, dejaba el rey Carlos un imperio hispano firmemente asentado a un lado y otro del Atlántico, en plena ebullición económica y en pleno desarrollo. La Ciudad de México, capital del Virreinato de la Nueva España, era, según nos cuenta Alejandro de Humboldt, que la visitó, más importante y más rica que el propio Madrid y que muchas capitales europeas de aquel tiempo. Lima era una gran ciudad y un gran centro de cultura y Buenos Aires, que se había convertido en 1776 –el mismo año en que los Estados Unidos se independizaban– en cabeza de un gran virreinato, era ya, a la muerte de Carlos III, un importantísimo puerto comercial (…) El mundo hispano era, al morir Carlos III, uno de los poderes con los que había que contar en la Europa de fines del siglo XVIII. En pocos años –muy pocos– ese poder se disolvería cómo se disuelve un terrón de azúcar cuando se sumerge en un vaso de agua y los componentes de dicho poder –entre ellos la propia España– pasarían a ingresar en las filas de los países que ahora consideramos como pertenecientes al Tercer Mundo, del que nuestro país no ha empezado a salir hasta la segunda parte del siglo XX. ¿A qué se debió esta catástrofe? A la accesión a la cúpula del poder político del rey Carlos IV, de su esposa la reina María Luisa de Parma y del favorito de los reyes, Manuel Godoy y Álvarez de Faria» (págs. 59-60).

Entre los agentes o causantes de la desintegración del Estado, este autor incluye no sólo a Fernando VII, por su supuesta incompetencia, sino también a Riego y los sublevados en Cabezas de San Juan en 1820, a las Cortes del Trienio Liberal, pero además nos recuerda que

«no hay que olvidar que Inglaterra y los Estados Unidos fueron los inspiradores, protectores y proveedores en dinero, armas y hombres, de los caudillos rebeldes (…) El poder anglosajón no ayudó a la América Latina a “liberarse” de España. Luchó desde 1808 hasta 1824 por desmenuzar el Imperio español e impedir que existiera un poder hispano en el mundo moderno. Lucho y venció (…) Al terminar el primer cuarto del siglo XIX, el continente americano creado por españoles, ingleses y portugueses se configuraba políticamente así: al lado de unos poderosos Estados Unidos, figuraba un rico y prometedor Brasil y diecinueve Estados independientes de cultura hispánica; unos ricos y con un gran futuro y otros prácticamente inviables desde un punto de vista económico» (págs. 89-90).

El historiador (revisionista) peruano Heraclio Bonilla, en su libro Metáfora y realidad de la Independencia en el Perú (Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 2001), que fue recibido con gran polémica política y académica en Perú porque cuestionaba la ideología legitimadora de la república liberal actual, dice:

«La independencia de Hispanoamérica y del Perú fueron consecuencias derivadas de cambios profundos que alteraron el equilibrio de fuerzas establecidas entre las potencias europeas y que condujeron a la hegemonía absoluta e indiscutida de Gran Bretaña (…) Aquí reside el error más grave de interpretación de la historiografía tradicional peruana, que excesivamente preocupada en buscar una causalidad esencialmente interna, acorde con su posición ideológica, rechaza todo nexo orgánico entre el mundo internacional y la situación peruana (…) La independencia de Hispanoamérica y del Perú aparecen pues no como el resultado de una rebelión deliberada contra España, sino como un intento de reponer o reemplazar a la monarquía derrotada. En un primer momento la monarquía (…) desapareció; más tarde, España misma parece desaparecer (…) Al hacer esto (…) las colonias, entraron en conflicto con la administración española y las autoridades coloniales; el resultado de este conflicto fue la separación (…) el nuevo Estado que surge con la independencia fue un Estado completamente débil, desprovisto de una estructura bancaria y financiera» (págs. 45, 56, 76).

Bruno Seminario, economista peruano autor de un extenso estudio histórico-económico titulado El desarrollo de la economía peruana en la Era Moderna. Precios población demanda y producción desde 1700, publicado por la Universidad del Pacífico (Lima, 2016) afirma que:

«La independencia fue nefasta para la economía peruana y sus consecuencias tan catastróficas que recién en 1853, veinte años después, el PIB per cápita alcanzó el nivel que tuvo antes de la guerra en 1808 (…) Los principales sectores afectados por la Guerra de la Independencia fueron la minería el comercio y la industria manufacturera con tasas superiores al 70% (…) Luego de la batalla de Ayacucho, el Perú cae bajo el dominio de Bolívar, quien se proclama dictador vitalicio y gobierna de manera despótica. Sus acciones más destacadas en perjuicio del Perú fueron las siguientes: (i) la desmembración del territorio peruano con la creación de Bolivia (…), (ii) el restablecimiento del tributo indígena (…), (iii) la eliminación de la figura jurídica de los caciques (etnarcas de las comunidades indígenas) (iv) la división de las tierras comunales, y (v) la persecución política a muchos miembros de la élite peruana por quienes sentía gran desconfianza debido a sus anteriores simpatías realistas» (págs. 410-411)

Augusto Zamora, ex embajador de Nicaragua en España en su reciente libro Malditos Libertadores. Historia del subdesarrollo latinoamericano (Siglo XXI, Tres Cantos-Madrid, 2020), dice:

«Las tan alabadas guerras de independencia hispanoamericanas destruyeron (…) una entidad que era un poder mundial, no tan fuerte y moderno como Inglaterra o Francia, pero sí una potencia con capacidad para defenderse y hacerse respetar en el concierto europeo de grandes Estados. Como se ha visto, a lo largo del siglo XVIII y principios del XIX, la fuerza combinada de Hispanoamérica y España causó derrotas a británicos y portugueses en América y a Napoleón en España. Destruido el imperio español, los pedazos desgajados fueron presa fácil de sus vecinos más poderosos. Estados Unidos obtuvo las Floridas y la mitad de México. Brasil arrancó pedazos a todos sus vecinos. En total, más de 3.000.000 de kilómetros cuadrados del territorio heredado de España se perdieron en las décadas posteriores a la independencia de los países hispanoamericanos. Merced a las conquistas territoriales, Estados Unidos pudo llegar a convertirse en un gran país y, posteriormente, en un Imperio regional –luego mundial– gobernando sobre republiquitas incapaces de nada, convertidas en neocolonias» (pág. 110).

Sobre el sentido de patriótico de lo hispano dice en otro lugar:

«En el siglo XVIII se había consolidado un fuerte sentimiento de identidad y pertenencia a un corpus político propio y singular, una patria grande, que llevaba a las autoridades y habitantes de aquellos extendidos dominios a defender sus territorios y la Corona con un ardor y un empeño envidiables. Las páginas de la historia hispanoamericana están llenas de pequeñas, medianas y enormes victorias militares sobre Inglaterra, que resultarían imposibles de explicar (…) de no existir un fuerte espíritu de vinculación al sistema imperante y, por qué no decirlo, (…) a lo que representaban España y la Corona» (pág. 64).

El gran americanista Guillermo Céspedes del Castillo, en su obra América Hispánica (1492-1898), nos dice respecto al sentido secular de unidad hispanoamericana, al hablar de los filibusteros y bucaneros (piratas), que:

«Aunque después se les ha idealizado como a una especie de románticos anarquistas y heroicos aventureros, sólo destacaron como ladrones y asesinos de todo cuanto oliera a español, siendo pagados con la misma moneda por parte castellana (…) Los éxitos episódicos de estos agresores consistieron en expediciones de saqueo y logro de botín, pero sin que alcanzasen ninguna ventaja permanente, ni territorial ni estratégica, hasta después de 1630. Su resultado más negativo fue que su brutal actuación originase pronto en las Indias una fuerte xenofobia, que desde entonces y hasta hoy ha sido el factor más importante en la preservación de una personalidad cultural e histórica hispanoamericana latinoamericana o como quiera llamársela, pero que llegaría a ser muy fuerte y muy bien definida» (págs. 180-181).

Presentación de D. Julio Carlos González

Julio C. González ha sido un testigo excepcional de una parte importante de la historia argentina. Fue profesor de Economía Política y Derecho del Trabajo en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires desde 1965 hasta 1976. Desde 1989 ha sido profesor de Estructura Económica Argentina en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (Buenos Aires). Cuenta con más de 50 años de experiencia en la enseñanza, pero también trabajó para el gobierno argentino. Se desempeño como Director de Asuntos Jurídicos y posteriormente como Secretario Técnico de la Presidencia de la Nación durante el gobierno institucional que transcurrió desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 24 de marzo de 1976, fecha esta última en que se produjo el golpe militar que derrocó al último gobierno peronista de María Estela Martínez en Argentina.

Tiene publicados numerosos artículos y diversos libros de los que podemos mencionar: Defensa nacional y jurisdicción militar (1960), Hernandismo y Martinfierrismo - Geopolítica del Martín Fierro (1975), Hostilidades británicas contra los gobiernos de Perón (1983), La estructura económica argentina (1990), Los tratados de paz por la guerra de las Malvinas - Desocupación y hambre para los argentinos (1991), Isabel Perón - Intimidades de un gobierno (2007). También tiene varias obras inéditas y algunos libros más recientes. En este programa comentaremos en particular su obra La involución Hispanoamericana. De provincias de las Españas a territorios tributarios. El caso argentino, 1711 – 2010 (Docencia, Buenos Aires, 2010), en el que revisa tres siglos de historia económica y política argentina pero cuyas tesis y conclusiones son extrapolables al resto de Hispanoamérica. En sus cerca de 1.000 páginas, el libro incluye interesante cartografía histórica y el texto íntegro de varios tratados internacionales, ya que ambos son herramientas metodológicas utilizadas por el Prof. González.  Iniciamos nuestra discusión leyendo las primeras líneas con las que se abre el prolegómeno del libro:

«La historia, además de ser saber de lo acontecido, es prognosis –o conocimiento anticipado– del futuro, y su falsificación el camino que conduce al fracaso y a la destrucción de las naciones. Por eso, los actos de los hombres y los actos de los gobiernos del pasado deben tener una veracidad exacta al ser descriptos. Si ese diagnóstico es equivocado jamás las futuras generaciones americanas podrán transitar una nueva huella. Nueva huella que saque a la Hispanidad, esto es, a las Españas de América, desde México hasta Argentina, y a la España Ibérica, del trágico proceso en que se deshacen y se desagregan hace doscientos años» (pág. 13)

Algunas obras de D. Julio Carlos González